La Iglesia Adventista del Séptimo Día surgió del fervor religioso del Siglo XIX
Elizabeth Lechleitner
Cuando el predicador bautista Guillermo Miller dijo que Jesús regresaría el 22 de octubre de 1844, muchos estadounidenses no solo se sorprendieron de que hubiera fijado una fecha. La idea de que Cristo regresaría literalmente era en sí misma una propuesta radical.
Para el siglo XIX, la mayoría de las iglesias establecidas estaban predicando que la Segunda Venida era más un mito que una realidad, y más humana que divina. Los líderes religiosos enseñaban que una “segunda venida” metafórica simbolizaba el surgimiento de una nueva generación con responsabilidad social.
A pesar de ello, la creencia millerita en una segunda venida literal de Cristo —junto con nuevas comprensiones proféticas, el sábado y el estado de los muertos— mostrarían ser fundamentales. Estas doctrinas clave llegarían a ser el ancla del movimiento adventista temprano en medio de un clima de agitación religiosa.
A comienzos del siglo XIX, el noreste de los Estados Unidos era una fuente de reavivamientos. El así llamado “Segundo Gran Despertar” inició movimientos como el de la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Aparición de Cristo, los primeros mormones, los precursores de los Testigos de Jehová, los milleritas y una hueste de grupos excéntricos. En efecto, el norte del estado de Nueva York fue denominado “el distrito quemado”, para referirse al hecho de que los evangelistas habían agotado el número de incrédulos en la región.
En ese marco, los milleritas soportaron el Gran Chasco, ese momento en que el grupo, con gran expectativa pero sin éxito, aguardó el regreso de Cristo. Con lo que el historiador adventista George Knight denomina la “certeza matemática de la fe” hecha añicos, muchos milleritas abandonaron el movimiento.
Los que permanecieron quedaron divididos por el significado del 22 de octubre. Algunos afirmaron que la fecha era totalmente incorrecta. Otros dijeron que Cristo había regresado, pero solo en un sentido espiritual e ilusorio. Un tercer grupo —los futuros líderes de los primeros adventistas del séptimo día— llegaron a convencerse de que la fecha era la correcta, pero el evento no.
Reanimados por esta posibilidad, se reagruparon y regresaron a las Escrituras, determinados a descubrir la verdad. Así llegaron a la conclusión de que en lugar de regresar a la Tierra el 22 de octubre, Jesús había comenzado la última fase de su ministerio expiatorio en el santuario celestial.
Una joven metodista llamada Elena Harmon (más tarde White) brindó credibilidad profética a esta interpretación. La visión que tuvo en diciembre de 1844, en la que vio “una senda recta y estrecha” hacia el cielo confirmó que esa profecía se había cumplido en efecto el 22 de octubre, y motivó el enfoque central en Cristo que tiene la denominación.
El historiador adventista se siente asombrado por la capacidad de los milleritas de trascender un mensaje inicial “espectacularmente equivocado”. Aunque afirma que es verdad que los movimientos apocalípticos a menudo suelen conservar algunos de sus seguidores aun cuando sus ideas son “refutadas abiertamente”, estos “no constituyen la clase de persona que llegan a fundar una iglesia demasiado exitosa. Los adventistas así lo hicieron: eso no prueba que Dios está de nuestro lado, pero prueba que contamos con líderes inteligentes y racionales”.
Acaso más revelador resulta la creencia de la Iglesia Adventista de que Dios estaba detrás de los eventos, dice Trim. “Creo que los primeros adventistas tenían un sólido llamado del Espíritu Santo. Es un pensamiento terriblemente pasado de moda, pero yo creo que nuestra iglesia fue llamada a la existencia en ese momento con un propósito”, dice.
También demostró un sincero deseo de conocer la verdad bíblica, dice. “Esto es lo que los sostuvo cuando todos los demás milleritas fueron por caminos excéntricos o por sendas comunes y sumamente cautelosas”, dice Trim.
Para los primeros creyentes adventistas, la así llamada “verdad presente” era dinámica. Y en efecto, los pocos cientos de adventistas sabatistas de la década de 1840 llegaron a ser unos tres mil en 1863 cuando se organizó oficialmente la Iglesia Adventista, y en esos años, sus comprensiones proféticas pasaron por cambios no menos asombrosos.
En un comienzo, pioneros tales como Jaime White se mostraron fervientes en su llamado a “salir de Babilonia”. En un primer momento, este era un mensaje para dejar la religión organizada y regresar a la simplicidad del evangelio.
Esto no sorprende a los historiadores religiosos, que han observado que cada pocas generaciones, la gente se siente impulsada a regresar a los fundamentos de su fe. En efecto, esta tendencia fue la que impulsó el Segundo Gran Despertar.
Sin embargo, lo asombroso, dice Trim, es el giro que tuvo White a medida que se expandía el movimiento. Para 1859, Jaime había llegado a creer que el llamado a “salir de Babilonia” significaba en realidad abandonar la desorganización y aceptar la estructura eclesiástica.
“Esto por supuesto se adapta muy bien al hecho de que Babilonia deriva de Babel (o confusión) y que White dice que el llamado a salir de Babilonia en realidad busca abandonar toda esa corriente de fervor religioso caótica e increíblemente entusiasta y terminar en algo un poco más organizado. De manera que el significado de ‘salir de Babilonia’ sufre un gran giro y cambia por completo”, dice Trim.
No obstante, al pasar a la estructura de la iglesia, los primeros adventistas no perdieron su celo inicial. Por el contrario, lograron encontrar un equilibrio entre el radicalismo que invadía gran parte de las expresiones religiosas de mediados del siglo XIX y el conservadurismo que le siguió. Es un equilibrio que la Iglesia Adventista mantiene aún hoy, dice Trim, y dice que tiene sus raíces en la vieja tensión entre el espíritu y el orden, que se remonta a la iglesia medieval primitiva.
“Necesitamos el espíritu porque el orden se vuelve formal y osificado y jerárquico, pero también es necesario el orden porque el espíritu se vuelve caótico y se destruye a sí mismo”, dice.
La pionera adventista Elena White fue esencial a la hora de preservar este equilibrio. Mediante el don profético, Trim dice que White estuvo en un lugar ideal para temperar las inevitables riñas entre los primeros líderes adventistas, como por ejemplo su esposo Jaime, José Bates, Urías Smith, John N. Andrews, George Butler y otros. Todos ellos eran “individuos de increíble poder y motivación individual”, personalidades que son necesarias para impulsar un movimiento localizado hasta convertirlo en una iglesia global, dice.
Si bien a algunos estudiantes de la historia de la iglesia les podría resultar “desconcertante” la tensión entre los principales líderes, Trim dice que el movimiento adventista temprano es único porque permaneció unido en un clima en el que la mayoría de los grupos religiosos mostraban la tendencia a dividirse, a seguir a un líder carismático, o a directamente disolverse. A pesar de los desacuerdos, los adventistas se agruparon en último término detrás de la verdad bíblica, lo que fue logrado por medio de la oración y el estudio de la Biblia o revelado mediante la profecía.
“Estos hombres están completamente convencidos de que [Elena White] es la mensajera de Dios. Si ella dice: ‘Se me ha mostrado esto’, ellos lo aceptan aun cuando en un comienzo no les guste lo revelado”, dice Trim.
“Están muy listos a debatir, y lo hacen en términos muy directos, pero también se muestran muy rápidos para perdonar y no guardan rencores”, dice Trim. “Muestran una apertura que haríamos bien en imitar”.
Puede que para los adventistas del séptimo día modernos, los pioneros adventistas resulten peculiares. Algunos no creían en la Trinidad o en la persona del Espíritu Santo, y pensaban que Cristo era un ser creado. Muchos observaban el sábado de las 18.00 del viernes hasta las 18.00 del sábado, sin fijarse en los horarios de la puesta de sol. Tampoco tenían problema alguno en consumir carnes de animales impuros. Todo esto, sin embargo, habría de cambiar en las siguientes décadas.
Lo que los adventistas actuales podrían reconocer probablemente en sus antepasados es la convicción. En el sábado, la segunda venida, el santuario y otras creencias fundamentales, los primeros adventistas creían que habían descubierto lo que Trim denomina una “clave” para desatar todo el conjunto de verdades bíblicas.
“Se dan cuenta de que todas estas doctrinas están diciendo lo mismo sobre Dios. Todas están apuntando en la misma dirección, y es por ello que los primeros adventistas se sienten impulsados a ponerse de su lado”.
“Esta preocupación por la verdad resulta inspiradora”, dice.